miércoles, octubre 12, 2005

Perra Vida...desde...

La habana no es una isla

Asimilando la verdad en mis pupilas, mientras el humo me recorre en la sangre de punta a punta. Como un caprichoso espejismo, me atrevo a mirar a la calle a través de los grandes ventanales que rodean este lugar. Antes siempre me refugiaba en el rincón, junto al piano, a leer o escribir, y ahora, sin embargo, me reservo estancia en aquel sitio desde donde puedo ver pasar la vida. Mucha vida. Quizá es que hoy la curiosidad se despertó en mi piel, o que la ceguera transitoria desapareció gracias las caricias del algodón empapado en manzanilla, como cuando era niño. Aunque no lo parezca, uno se define tal y como adapta su postura ante la vida. Y aunque tampoco lo parezca, os estoy hablando del pequeño pero acogedor lugar donde he “vivido”, y lo confieso, muchos momentos que no caerán nunca de la retina, aunque el tiempo pase.

"...militando en la religión de un café supremo, cobijándome de la lluvia que mojaba ahí fuera..."

Ellas y ellos, todos y ninguno, juntos y separados, pudieron, o no, encontrarme aquí, donde ahora escribo, militando en la religión de un café supremo, cobijándome de la lluvia que mojaba ahí fuera, un cigarrillo tras otro, inundando de historias y verdades, de desengaños y alegrías que celebrar en los primeros pasos de algo para compartir. Ante las esencias mismas de los sueños tatuados a la espalda, esos sueños llenos de inocencia y fe. Un rincón mucho más que único. Y todo desde una isla, con vistas al mar, en unas confortables butacas desde donde siempre nos quedó la ilusión de compartir y de pedir otro café con mucha espuma, con mucho talento, con mucho cariño. Y, como las Supremas y las empanadillas, en Móstoles… ¿quién lo diría?

Es en este lugar en donde he disfrutado de pausadas tardes, a base de titulares por desmembrar y miles de noticias tristes, que parecían más tristes con la lluvia mojando los adoquines de la plaza. También de libros interesantes que me atraparon hasta la estocada final, donde morían al llegar a la contraportada. Así como de interminables conversaciones, unas más convulsas y otras sosegadas, entrelazando destellos con bajezas, hilvanando la filosofía con lo más mundano y cheli que te puedas echar a la cara. ¡Dios mío! –siempre dijimos– ¿Qué pasaría si este piano cabrón hablara?


"Anécdotas irrepetibles a pesar de tardes grises. Nada como cruzar aquel umbral y pedir un café, nada como eso conseguía cambiarte el mundo..."

Entre risas, me recuerda siempre Esteban, –un hombre irrepetible e indescriptible que ha visto mucho a través de sus ojos mientras luchaba detrás de la barra y que sabe enseñar más con el silencio que con las palabras. Un puro genio–, mis escarceos juveniles a ritmo de nuevo disco de Revólver… y es que La Habana era mi sitio. Siempre lo fue desde el mismo día en que empecé a llevar allí a tomar café a todos mis amigos y a todas… mis amigas. Anécdotas irrepetibles a pesar de tardes grises. Nada como cruzar aquel umbral y pedir un café, nada como eso conseguía cambiarte el mundo y dejar aparcado en la puerta todo lo que jode, todo lo que hiere, todo lo que sobra.

No sé que sería de mí –y de nosotros– si se cierra este lugar… Mejor será no pensarlo. Entretanto, nada mejor que los hechos, porque sigo tomando café, quizás con más cariño cada día, en esta isla tropical en pleno pueblo, o ciudad, como lo llaman algunos, con sabor sureño, de histórica vehemencia y mal recuerdo para con los franchutes… el 1808 y Andrés Torrejón les jodieron los cálculos del riñón a Napoleón y sus compadres. Aunque no sé yo muy bien si para su suerte o para nuestra desgracia.

¿Otro café...?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que ver cómo consigues llevarnos a cada uno de los lugares que nos prestas a través de tus palabras. Te admiro y admiraré siempre. Tuve la suerte de conocer ese lugar a tu lado, (y de sufrir la dichosa broma del piano), y estoy segura de que volveremos a topar nuestros destinos frente a una taza del mejor café habanero, porque, sabes de sobra que cuentas conmigo a tumba abierta, es así jefe.
Sigue componiendo historias, eres grande.

Bikiños, Toñy.