sábado, febrero 04, 2006

De una calle en el olvido

Me acusaba con su mirada perdida desde la lejanía. Al fin y al cabo, yo era un hombre más que se cruzaba, literalmente, en su camino. Aunque reconozco que no fue del todo así. Fue mi mirada la que se cruzó con ella al caminar o, por lo menos, con lo que hoy quedaba de lo que fue. Rompía de un plumazo, en su caminar, cualquier parecido con lo que pudiera ser un movimiento asociado al ritmo, tambaleando su trayectoria al gusto del azar y de la gravedad.

Algo me empujó súbitamente a cambiar de acera. Algo, no sé muy bien por qué, me hizo cruzar la calle sin apenas tener en cuenta el tráfico habitual, ni los coches y las motos que suelen embocar esa calle con una mezcla de ansia y despotismo para con los viandantes, sin tener en cuenta a los peatones apostados a ambos lados como fichas anodinas de ajedrez.

Y es que antes de irrumpir el negro asfalto para alcanzar la otra orilla, casi sin pensarlo, embosqué un cigarrillo entre mis dedos mientras me tentaba los bolsillos con el ánimo reflejo de hallar un mechero con el que dar vida a ese infortunado pitillo y aportar un poco más, y digo un poco, de humo sin piedad a mis pulmones.

En ésas estaba cuando, involuntariamente suicida, logré llegar a la maltrecha senda que quedaba entre la fachada del Ministerio de Justicia y los bolardos comunicantes con el alquitrán, por la que, justo de frente, venía ella como un péndulo asustadizo.

Ni siquiera me dio tiempo a colonizar el bordillo cuando se concentró en mirarme a los ojos despistados para pedirme un cigarrillo que sabía con certeza que tenía. Un aspecto denostado y ojeroso delataba el cansancio que portaba en sus adentros. Una lata de cerveza en la mano izquierda que, semioculta en un jersey de gran tamaño que parecía haber dado de sí hasta el límite, daba de un plumazo la razón a la lamentable imagen de derrota casi eterna y repetida ya en sus ojos y su rostro.

[Continuará...]

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