sábado, abril 09, 2005

Perra Vida /2

Sueños de ti

Hay noticias que son capaces de partirte el alma en dos. Yo recibí una de esas hace algunos días. Perra vida no podía ser lo mismo si no me acordase, al menos circunstancialmente, de lo que conlleva en sí estar vivo: la inevitable llegada de la muerte. Y es ahí donde la conciencia me muerde: cuando pienso en cuanta gente ha muerto o morirá ante mis ojos, irremediablemente. Aunque sepa que les echaré de menos, y me joda, como una puñalada, no poder tenerlos cerca.

Y es que la muerte alcanza todos los rincones. Por mucho que pensemos que es una estación que queda lejos, no siempre es así. Su más reveladora característica es lo imprevisible de su llegada. Vemos constantemente cómo muere gente en millones de circunstancias, y nos hemos hecho como inmunes a la presencia de la temida guadaña, pero la cosa cambia cuando te pilla cerca. Cuando te pincha en hueso. Cuando se trata de tu gente. Cuando es tu piel la que se eriza porque, ingenuamente, no esperabas tan pronto esa noticia. En todo caso, tampoco creo que sea un pensamiento original ni novedoso. Quizá es la certeza de guardar esos sentimientos, lo que me invita a expresarlos y a compartirlos.

Son muchos los recuerdos que me atan con alguien que ya no está. Y aunque soy aún muy joven como para empezar a mirar atrás, a veces me encuentro con mis propios fantasmas, siempre buenos, eso sí: he de reconocerlo. Como reconozco que me hicieron crecer, hacerme fuerte. Su muerte, en su momento, me hizo apretar los dientes o pudo hacerme llorar desconsoladamente. Igual que su existencia me pudo hacer feliz. Su marcha, también se convirtió en la prueba de su existencia, y de la mía.

Fantasmas, sin embargo, que no pretendo ahuyentar de mi vera, ni tampoco esconderlos en un cajón para no abrirlo nunca. Quizá es todo lo contrario. Prefiero que me salten a la cara, para no olvidar que ellos, pese a que no están, no deben dejar nunca de permancer presentes. Una foto, un triste papel, una nota garrapateada en algún libro, un regalo que lleva consigo el polvo de mucha solera, una frase, un refrán típico, una sonrisa o un simple recuerdo. Cosas como esas hacen que se te revolucione el sueño y te devuelven cierto escozor de cordura aliñada de tristeza. Cosas que no podrás olvidar nunca. Mejor así, diría yo, para tenerlas siempre cerca.

La ausencia, maldita ausencia, que te separa durante unos segundos del vertiginoso mundo en que vivimos. Bendita ausencia, para volver a hacerte niño y recordarles tal y como tu creíste siempre que fueron. Siempre estuvieron ahí, aunque no pudieses verlos. Aunque no tengas necesariamente creencias religiosas muy profundas, como es mi caso. Se trata de ti. De ti con ellos. De ti contigo mismo y de su ausencia. De lo que ya no podrás ser junto a tu abuelo/a. La imposibilidad de compartir con ese amigo, que ya no está, más que en tus recuerdos.

Pero quizá, esa es toda la herencia que te dejan: Un valioso cúmulo de recuerdos. Exclusivos recuerdos para ti: netamente tuyos. Para que puedas sonreir cuando regresen. Para que no pierdan sabor, olor, frescura. Y que así, sigan devolviéndote el momento. Que no dejes de tenerlos nunca, porque sólo así seguirán vivos en tus sueños. Sueños de ti. De ti, contigo mismo, y siempre con ellos.

A los que ya no están.
Y a Nico, por ser grande, y porque mañana lo será más.

Desde la caverna,

Marcos Calvo

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