viernes, abril 08, 2005

Perra Vida /1

Tras la barra... un escenario

El bar: la cuna vitalicia de este pais. Un lugar de encuentro donde nunca importa el tiempo. El segundo hogar del ciudadano medio... donde no tienes que barrer, ni fregar vasos y te sirven la cerveza fresquita sin rechistar ni hacer aspavientos, aunque te cobren... eso sí!

Culturalmente, el bar es un fenómeno social. No hay nada más común a todos los rincones del estado: No importa que se hable en otro idioma, no importa que las tapas sean distintas, sean más caras, o no sean (porque los hay agarraos de cojones). El caso es que un bar, es lo mismo en todas partes. Con su barra, con su camarero correspondiente... tampoco importa si te mira mejor o peor, si tiene cara de huraño o si te mira de mala leche porque lleva el día jodido... a cada cerdo le toca su camarero... y, si te toca el huraño, te jodes... porque no hay vuelta atrás.

También creo que cada bar tiene su olor característico: unos no pueden remediar rezumar a viejo, otros huelen a fritanga revenida, otros no más que a humo, adosado a cada palmo en sus paredes. Algunos huelen a local re-realquilado, a marisco de saldo, a ajax pino de suelo recien fregado... entre otros muchos olores, pero todos tienen algo de la clientela que los frecuenta, que deja allí su impronta como firma de su propia existencia.

Es así como el bar, el garito, el antro, el local, la taberna, la tasca o la cafetería, se van haciendo a sí mismos. Por mucho que reformes el local, el bar es su clientela.

Desde hace años he podido comprobar lo que es estar a un lado y otro de la barra. Y, después del tiempo, aún hoy detrás de ella los fines de semana pa sacarse unas pelillas... que la vida está muy cara y ya no hay paga..., he podido darme cuenta de lo que se aprende detrás de “la barrera”, aunque a cambio te toque currar mucho.

Yo soy carne de tasca, lo reconozco. Me gusta el bar porque me gusta mucho el café: soy un adicto. Y los que me conocen, saben perfectamente que será más fácil pillarme tomado café en un bar, que de copas en una discoteca por mucha hora feliz que me propongan. Y soy de los que acude a la taberna a encontrarse con amigos, a la charla; a dejar el café frío mientras converso, discuto, cuento o leo cualquier cosa que haya en mis manos. No importa si estoy sólo; mejor, acompañado. Pero, si de café se trata, bien bueno y con tabaco. No puedo remediarlo.

El caso es que hace poco volví a escuchar esa canción de Platero (o de Fito, no sé muy bien...) que decía aquello de “Tras-la ba-rra del bar, u-na vi-da se-va...” y he de decir que tengo motivos para no estar de acuerdo con ello. O, por lo menos, no sin completar la frase con algo como: “...mu-chas vi-das verás”.

Y es que han sido muchas las cosas que me han pasado detrás del tendido, tirando cañas, sirviendo cafés, poniendo orujos a las 6 de la mañana, cascando martinis o abriendo cocacolas a mansalva. Y pintxo va y tapa viene... Y jódele, que al “mindundi” no le van las aliolis...pues habrá que ponerle otra cosa... porque el cliente nos ha salio finolis.

Muchas cosas como digo, buenas y malas, me han pasado mientras curraba de camareta. Algunas de ellas ya muy lejos, pero inolvidables. Desde los 15 años aprendiendo a lidiar con los de afuera en un bar que abrieron mis padres en el pueblo. Con viejos que hoy no están, porque ya han muerto. Con ellos jugaba al chinchón en las horas muertas, mientras chato a chato (porque lo de chatear, significaba otra cosa hace unos años...) te contaban lo jodidos que habían estao cuando la guerra, el hambre que pasaron a pesar de jartarse de trabajar bajo el puto sol extremeño. Alguno de ellos, incluso, llegó a hablarme de antepasados míos que conocieron y me contaron historias propias del pueblo. También se quejaban de lo hijosdeputa que eran los hijos que parieron sus difuntas esposas, “porque los cabrones” –decían-, “cambiaban las vacaciones en el pueblo por irse a Benidorm...” y al yayo que le jodan, que siempre está diciendo las mismas tonterías.

Y luego mis marujas, las del café a las cuatro... puntuales como brujas, pero encantadoras. Les chiflaba que les pusiese en aquel viejo cassette la puta cinta de boleros de Luis Miguel que, acabado el verano, tire a la basura con todas mis ganas. Eran mis arpías favoritas. Mientras ponía aquellos cafés, me conferían aduladores piropos, propios de las que son madres y a la vez suegras...Mucho ojo: al final son las peores. Una vez puesto el café, dedicaban la tarde a cotorrear, poner verdes a sus maridos, presumir de sus hijas/os y criticar a sus (futuros) yernos/nueras. Interesante, verdad?

Después de aquel verano y pasadas las fiestas, cerramos el bar. Sin embargo, bastante tiempo después volví a trabajar de camarero: esta vez en una gran cafetería y durante el verano. Pero de eso, hablaré más adelante. Hoy me quedo con la idea de que detrás de la barra, lo que hay es un escenario. Un lugar donde la gente es, casi, como es. Desde donde puedes ver tanto, que muchos ni se lo imaginan. Porque si realmente lo supiesen... no sería lo mismo. Un lugar privilegiado que te deja aprender del resto de la gente. Que te da licencia suficiente como para entender algo más de cómo somos. Porque, al final, detrás de cada actor, hay una historia deseando ser contada, un monólogo esperando a ser oído, un hombre/mujer que muere por ser escuchado/a. Y si no lo crees así, piénsa en ello cuando veas a alguien sólo, acodado en una barra.

Desde la caverna,

A Nico, para que no pierdas nunca la sonrisa,

Marcos Calvo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te dejaste a los que íbamos un pelín más tarde y que nunca olvidaremos lo bien que lo pasábamos allí...